Estadísticas de Acceso
Con tecnología de Blogger.

Archivo del Blog

28 feb 2013

PREGUNTA #1:


¿Qué entiendes por poesía?

La pregunta es concisa, a la vez inabarcable, incluso inabordable. La percibo como una pregunta retórica, normativa, y sin embargo fundamental. Mi primera reacción es descartarla, no me interesa definir lo que entiendo por poesía, me parece pretencioso siquiera intentarlo. Mas sé que esa reacción procede en mí de un hartazgo ante todo lo que me implica y sucede en los últimos años, donde a la vez quiero y no quiero, y acabo harto de considerar lo que surge o tengo que arrostrar. Tras esa primera reacción, impulsiva, siento la necesidad de corresponder a la pregunta, y puesto que acepto su necesidad, íntima y general, me dispongo a participar de su respuesta.

Entiendo en mi caso por poesía un quehacer. O sea, no tengo respuesta teórica a la pregunta, sólo una respuesta práctica, respuesta de ama de casa que se levanta, plumero en mano, pañoleta a cuadros en la cabeza, guardapolvos encima del vestido de trabajo, y empieza el día quitando polvo, trapeando y baldeando, seca que te seca, tiende que te tiende, y destiende, para volver a tender: un día más, que es como decir un poema más, parte del largo quehacer de una vida “que hace eso” todos los días.

La falta de una definición teórica del significado de poesía, por mi parte, la considero una deficiencia en mí. No tengo el bagaje cultural, las lecturas teóricas, el vocabulario, el aprendizaje que me permitiría intentar una definición de poesía. No desdeño esa actividad, la respeto, a veces me aburre, a veces me sorprende por su lucidez, pero no es mi mundo ni mi necesidad. Así, no sé qué entiendo por poesía, sólo sé que hago poesía, desde muy joven, y hasta ahorita mismo que estoy ya viejo. ¿Por qué? No sé. ¿Para qué? Para nada de particular. ¿Para quién? Qué más da. ¿Con qué propósito? Ninguno concreto. ¿Como un destino? ¿Destino? No me hagan reír que tengo el labio partido.

Poesía por ende en cuanto quehacer, labor artesanal, orificio por donde se rezuma actividad de amanuense, de ama de casa, de alfarero. Costumbre. Modo de ganarse la vida (evidente que no me refiero a lo crematístico). Una tarea que a estas alturas del juego, y en parte se trata de un juego, se ha vuelto para mí natural. Natural en el sentido de que se hace como se abren los ojos al alba y se está despierto, y natural como se cierran los ojos a la noche, cuando el cansancio vence, y se está dormido: sin saber a ciencia cierta lo que hacemos, casi sin procurarlo.

Se sabe que escribo toneladas de poemas, quiero a su vez se sepa que las escribo sin proponérmelo ni desearlo desde hace mucho tiempo. Diría que desde los 45 años de edad, y quién sabe por qué, escribo y escribo tal y como respiro, orino, defeco, como, digiero, atento y sin prestarle demasiada atención a esas funciones orgánicas, imprescindibles para la continuidad del cuerpo. Hay por igual un cuerpo poético al que atiendo y del que por igual me desentiendo, y que por acumulación se consolida: ese cuerpo poético contiene su aparato respiratorio, circulatorio, sus redaños y vísceras, su estructura y desgaste, su irrealidad y su realidad, su acabóse y su cotidiana renovación a través del llamado sueño reparador y del descanso.

Cada poema que escribo, contiene a su vez su estructura, sus redaños y vísceras, su aparato digestivo, y contiene, además, su horario, su sitio en el día, su ritmo y ritual, su inesperado brotar esperado: el deseo de verlo volver a aparecer, y la conciencia de que caso de no aparecer no pasa nada. Vivo haciendo poemas pero no vivo para hacerlos ni de hacerlos. Los he hecho, en número ingente, y ya. No sé si voy a morir escribiendo o habiendo dejado de escribir, sé, y más no puedo decir, que voy a morir luego de haber escrito una serie continua de poemas a través de los años: si tienen una existencia más allá de mí y para los demás, eso no me atañe, ya que estaré inconsciente, o mejor, no estaré, y no me enteraré de lo que nadie piense o diga, de ese trabajo. 

Sé a la vez que no sé lo que es poesía y que de la poesía carezco de cabal entendimiento.